Cada vez vivimos más
alejados de la naturaleza. En 2008 más de la mitad de la población mundial
vivía en centros urbanos, además el porcentaje de población que realiza su vida
en ciudades aumenta si nos vamos a las sociedades más ricas. Hemos perdido el
amor por la naturaleza, siendo que formamos parte de ella. Cada vez menos gente
es capaz de admirar tremenda la belleza de un bosque, o la maravilla del
universo en una noche cerrada repleta de estrellas, o de apreciar la cantidad
de vida de un río. Vivimos en un mundo cuya fuerza motriz es el dinero, y sin
embargo sabemos que el dinero no indica felicidad igual que el PIB de un país
no es ningún indicador cual es su situación económica. El dinero no da la
felicidad una vez alcanzada una situación de estabilidad económica que te
asegure la obtención de los bienes y servicio básicos para tu supervivencia y
la de tus seres queridos. Podríamos decir que el dinero solo resta felicidad
ante la posibilidad de no tenerlo (genera estrés, preocupación, incertidumbre,
etc.).
Además de la naturaleza
que nos rodea, nos hemos alejado de nuestra propia naturaleza, la naturaleza
humana. No apreciamos suficientemente las grades cosas que nos ha dejado la
historia de la humanidad. La literatura romántica, la música clásica, la
filosofía griega, las grandes obras teatrales, monumentos arquitectónicos o las
diferentes corrientes pictóricas. Frente a la belleza, majestuosidad y
complejidad de un concierto de una orquesta filarmónica en vivo, ahora tenemos
la simplicidad repetitiva de ritmos y melodías enlatadas carentes de toda raíz.
El arte contemporáneo con frecuencia ya
no tiene nada que ver con el talento, el virtuosismo, el conocimiento o con la
expresión del sentimiento. Tiene más que ver con el entretenimiento de la masa
mediocre y con el beneficio económico.
Resulta paradójico que
esta simpleza en el pensamiento acompañe a la era más compleja y globalizada de
la historia. Sobre todo teniendo en cuenta que una persona para ser feliz, una
vez asegurada su supervivencia, necesita poco más que cariño, amor y expresarse
con libertad.
Para terminar esta
justificación se muestra a continuación un texto que dejó escrito en un libro
suyo Allen Dulles, una de las personas más influyentes del siglo XX en los EEUU:
“De la literatura y el
arte, por ejemplo, haremos desaparecer su carga social. Deshabituaremos a los
artistas, les quitaremos las ganas de dedicarse al arte, a la investigación de
los procesos que se desarrollan en el interior de la sociedad. Literatura,
cine, teatro, deberán reflejar y enaltecer los más bajos sentimientos humanos.
Apoyaremos y encumbraremos por todos los medios a los denominados artistas, que
comenzarán a sembrar e inculcar en la conciencia humana el culto del sexo, de
la violencia, el sadismo, la traición. En una palabra: cualquier tipo de inmoralidad.
“En
la dirección del Estado crearemos el caos y la confusión. De una manera
imperceptible, pero activa y constante, propiciaremos el despotismo de los
funcionarios, el soborno, la corrupción, la falta de principios. La honradez y
la honestidad serán ridiculizadas, innecesarias y convertidas en un vestigio
del pasado. El descaro, la insolencia, el engaño y la mentira, el alcoholismo
la drogadicción, el miedo irracional entre semejantes, la traición, el
nacionalismo, la enemistad entre los pueblos, y ante todo el odio al pueblo
ruso; todo esto es lo que vamos a cultivar hábilmente hasta que reviente como
el capullo de una flor.
“Solo
unos pocos acertarán a sospechar e incluso comprender lo que realmente sucede.
Pero a esa gente la situaremos en una posición de indefensión,
ridiculizándolos, encontrando la manera de calumniarles, desacreditarles y
señalarles como desechos de la sociedad. Haremos parecer chabacanos los
fundamentos de la moralidad, destruyéndolos. Nuestra principal apuesta será la
juventud. La corromperemos, desmoralizaremos, pervertiremos."
Qué duda cabe que esos
propósitos se han cumplido. Es necesario cambiarlo.
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