Siempre he creído con fuerza en el poder del condicionamiento de las
personas, seres en esencia bondadosos pero cuya conducta moral se va moldeando
con las experiencias vitales, la crudeza o la comodidad de las condiciones en
que se desarrollan y la influencia de la cultura y sociedad en la que crecen.
Debido a este hecho, se llegan a dar muchos casos de personas que llegan a la
función pública y no solo defienden políticas que atacan a la mayor parte de la
población sin ningún tipo de remordimiento, sino que son capaces de insultar y
herir la dignidad de mucha gente, al haber sido despojadas del sentimiento de
empatía.
También he encontrado a lo largo de mi vida curiosa, multitud de
manifestaciones literarias, cinematográficas, documentales y estudios, que con
una facilidad pasmosa y han conseguido revolverme las entrañas al mostrarme la
realidad de la injusticia en el mundo, y me han devuelto los pies a la tierra
cuando sumergido en mi burbuja, he ignorado la fortuna de vivir en un entorno
occidental de clase media.
En base a lo anterior me pregunto si sería posible exigir a todo
representante público, la lectura o visionado de obras de crítica social,
propuestas y elegidas por la sociedad mediante votación online, (con su posterior
test de comprobación) para acceder al ejercicio de la función pública. ¿Qué
pasaría si se obligara a leer a Galeano y a Lovelock, o a ver Zeitgeist, La Doctrina del Shock o El
Siglo del Yo, o a leer los informes del IPCC o de la OMS? Seguramente no se
vería muy alterada un pensamiento forjado por toda una vida de condicionamiento,
pero quizá sí se podría tocar esa fibra sensible que todo el mundo lleva dentro,
para que aquellos que tienen en sus manos tomar decisiones que afectan al
futuro de las sociedades y del planeta, no puedan hacer una declaración
riéndose de la fortuna de otros seres humanos sin que se les caiga la cara de
vergüenza.
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